jueves, 10 de abril de 2008

Lágrimas del corazón


Dicen que delgada es la línea que separa el amor del odio, pero no nos damos cuenta de cuan delgada es hasta que nos vemos frente a ella. Yo la he visto, la he recorrido infinidad de veces y, por suerte o por desgracia, la he cruzado. Y he descubierto sentimientos que jamás hubiese imaginado que nacerían en mi hacia ella, sobre todo cuando hasta no hace mucho nos jurábamos amor eterno. Intenté volver atrás, convencerme de que jamás la he atravesado, pero cuando te giras para volver, contemplas que ese horizonte se encuentra demasiado lejos.

¡Que frágiles son las palabras! No nos damos cuenta de ello, o no nos queremos dar. Porque nunca imaginarias que una cosa así se pueda acabar por una tontería, pero cuando menos te lo esperas, lo hace; y sacude los cimientos de tu vida hasta límites insospechados. Hay quien lo acepta, se resigna y lo deja pasar. Pero hay quien no puede superarlo y se hunde en la desesperación, hasta tales profundidades que puede tener resultados nefastos.

Quien lo haya sufrido, me entiende: te ves sol@, desorientad@, un profundo agujero lucha por abrirse en tu pecho y un fuerte dolor te oprime por dentro, te quedas sin aire, por más que intentas respirar no lo consigues. Te dejas llevar por el pánico, se te nubla la vista y... la razón. Llegados a este punto solo piensas en librarte de ese dolor como sea, sacarlo de adentro por todos los medios. El silencio de la habitación solo es roto por el sonido de tu atropellada respiración, estás sol@, nadie a tu alrededor, una brillante y bien afilada llave para abrir la puerta a la tranquilidad que tanto anhelas, cierras los ojos para no ver y... de repente... de repente... los ves. Los ves a tu lado, a tu alrededor, apoyándote, dándote ánimos, siempre contigo: tus amigos, tu familia, todo aquello por lo que merece la pena aguantar ese sufrimiento, esas personas que nunca te dejarán de lado por muy mal que vayan las cosas. De pronto recuperas la vista, ves lo que has estado a punto de hacer y, aterrad@, lanzas aquel objeto del demonio lejos de ti contra la pared. Ves como estalla en mil pedazos y, de pronto, rompes a llorar. Las lágrimas resbalan por tu mejilla, un grito desgarrador se escapa por tu garganta y... ya no está. Se fue. Esa sensación de ahogo, ese... dolor que te impedía respirar, seguir de pie... se fue, ¡todo se fue! De pronto piensas en todo aquello que siempre te decían cuando eras pequeñ@: “Llorar no sirve de nada. ¡Llorar no soluciona las cosas!”. No las soluciona, cierto, pero alivia las penas mas profundas. Lágrimas del corazón, turbadores recuerdos que enturbiaban tu sentido y ahora se escapan corriendo por tu cara, hasta precipitarse al vacío para nunca volver, ya más.

Nunca temas a llorar, no tengas miedo jamás a derramar lágrimas. Y grita, grita!!! Espanta los miedos, ahuyenta el terror que te nubla el sentido y sobre todo, vive. Vive la vida como quieras, como te apetezca. Nunca dejes que nadie te dicte una pauta, nunca vivas la vida por nadie y, sobre todo, nunca levantes tus pilares basándote solo en embaucadoras palabras, porque si caes en ese error, cuando te falte ese apoyo, quizás... no llegues a verlos.